Llegamos por fin al primer pozo, que tiene 10 m de desnivel. Vemos que tanto el propio pozo como el pasamanos por el que se llega a él ya están instalados, así que ese paso que nos ahorramos. La primera en bajar es Irene, seguida en orden por mí, Txomin y Olga. Le toca el turno a Carolina, nuestra única cursillista del grupo, que no termina de verlo claro. Lo cierto es que la cabecera de esta instalación implica hacer un pequeño penduleo una vez puesto el descensor, y puede generar un poco de inseguridad si te enfrentas por primera vez a esta situación.
En lo que dura la espera, Txomin aprovecha para seguir buscando animalitos de los suyos. Hay una zona con algunas piedras y agua goteando y escurriendo, lo que le confiere un aspecto prometedor… ¡y premio! De debajo de una piedra sale corriendo un pequeño monstruito – “¡Un ciempiés troglobio! ¡Y además bastante troglobiomorfo!”- grita. Tiene unas patas y unas antenas extremadamente alargadas. Pertenece al grupo de los Lithobiomorpha, casi seguro al género Lithobius, que cuenta con varias especies adaptadas a las cuevas en la zona. Txomin corre a enseñárnoslo, y lo miramos interesadas a la vez que sorprendidas. La sorpresa puede ser, quizá, por cómo puede haber encontrado este miriápodo tan pequeño, o quizá por el aspecto extraño del mismo, o quizá por lo poco habitual que es que otro espeleólogo esté tan emocionado por algo como los invertebrados de las cuevas, que tan poca atención suelen recibir... ¡o quizá un poco por todo!
Yo a lo mío, buscando huesos en cada rincón, como siempre. No va a ser Txomin el único peculiar del grupo... Encuentro unos dientes
de algún cérvido jovencito, ya que carecen todavía de raíces, y también algunos huesos, que están totalmente encostrados por una capa de
carbonato, confiriéndoles un cierto aspecto a croqueta... Por el aspecto es
difícil discernir si pertenecen a un animal moderno, o si son restos fósiles.
Carolina finalmente no se anima a bajar y, a pesar de ofrecerle
diferentes alternativas como montar una segunda cuerda a su lado, prefiere
irse. Toño sale con ella, no sin antes convencerles de entrar por Nospotentra
para que puedan disfrutar del resto de la cavidad. Quedamos así; Toño y
Carolina nos esperan en la entrada de Nospotentra mientras el resto realizamos la
travesía directa para recogerlos y continuar ya todos juntos hacia la Sala Pin.
Lo primero que nos llamó la atención a los primerizos de esta cueva,
fue la magnitud de la galería nada más bajar el pozo. Acostumbrados a nuestras
modestas cuevas de Madrid y Guadalajara, y a alguna que otra sima que hemos
visitado por el País Vasco, aquí se nos abría una inmensidad ante nuestros
ojos. Avanzamos velozmente (mentira, Txomin se paraba de vez en cuando a
buscar bichos debajo de los bloques mientras que yo iba ojeando más huesos, como
un esqueleto de un erizo, y/o minerales curiosos) en dirección a los pozos
P12 y P18. Cabe destacar el bien elegido nombre de “Gypsum Paradise”, galería
que hizo las delicias de Olga con sus cristales de yeso fibroso por todas
partes.
Llegamos al P12, no sin comprobar en todo momento la topo, e Irene lo
instala en doble para poder recoger la cuerda desde abajo, como hace también después
con el P18. Olga cierra el grupo y se va encargando de recoger las cuerdas. Una
vez en la base del P18 comprobamos el mapa con la brújula para ver la dirección
de las galerías, y nos sorprende que la brújula de Irene señala en dirección
contraria a lo que debería… Bueno, en este sector no hay mucha pérdida, así que
continuamos adelante sin perder el mapa de vista.
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Olga descendiendo a toda velocidad el P12 mientras Irene y Miguel comprueban la topo. Txomin e Irene revisando de nuevo la topo en cada giro de las galerías. |
Llegamos a la sala que precede al P13, toda ella cubierta por arena que
parece de playa, y Miguel nos cuenta que hace tres años encontraron en esta
sala un ratón muerto y les pareció curioso, dada la profundidad a la que
estamos. Nos cuenta que lo colocaron en una repisa que salía de la pared de la
roca y nos enseña el lugar exacto… y ahí sigue. Ante el paso del tiempo ha
perdido todas las partes blandas de su cuerpo, pero conserva todos sus pequeños
huesecillos en perfecta conexión anatómica. Txomin se acerca a verlo y comenta
que ha sido pasto de larvas de moscas carroñeras, ya que se observan los
puparios que dejaron atrás las larvas tras alimentarse y realizar la
metamorfosis. Yo, por mi parte, me fijo en la dentadura para verificar a qué especie
perteneció. Definitivamente era un ratón común, Mus musculus.
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Restos del ratón que permanecerá ya para siempre inmortalizado en el que fue su último refugio. |
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Anfípodo encontrado en Cueva Vallina, de aspecto ciego y despigmentado. |
Ya bajado el P13 pasamos el “Windy Corner”, repleto de llamativas
estalactitas que asemejan puñales, y gateamos sobre unos cuantos charcos que
todavía están en formación, a juzgar por el chorreo continuo de agua que íbamos
sufriendo. Al pasar por los charcos a cuatro patas, enturbiábamos el agua, pero
Txomin observa algo que le llama la atención y nos pide quedarse un rato a observarlo
con detenimiento. En el fondo del charco había algo pequeño, blanquecino, del
tamaño y aspecto de un grano de arroz, o algo menor, que, en vez de moverse en
el sentido del agua, zigzagueaba lentamente sobre el sedimento. ¡Un crustáceo
estigobio (cavernícola acuático)! Este pequeño animal ciego y despigmentado es
un anfípodo que pertenece al género Pseudoniphargus. Aunque no conocemos
el nombre de la especie (con suerte lo podrá proporcionar algún investigador
experto), su mera presencia nos recuerda que en cada pequeño
rincón de este mundo subterráneo puede haber pequeños detalles que pasamos (o
¡pisamos!) por alto, y nos hace pensar en la de cosas que habremos "mirado sin
ver"...
Olga y yo nos quedamos meditando a pocos metros a esperar a Txomin mientras que
Irene y Miguel recorren los 50 metros que quedan hasta la salida de
Nospotentra, donde aguardan Toño y Carolina. Nospotentra. Qué nombre tan curioso a primera oída, ¿verdad? Unos
días antes de salir hacia Cantabria, y para satisfacer mi instinto
investigador, estuve leyendo sobre este sistema de cavidades. Para mi gozo arqueológico, resulta que en este punto de la galería, antes cerrada al exterior por un desplome
del terreno, se encontró en la década de los 80’s un pequeño vaso o cubilete de
la Edad del Bronce, que hoy guarda el museo arqueológico de Santander. Los
investigadores que la descubrieron, del grupo Matienzo Expeditions de origen
inglés, sabían que los humanos de esa época no habrían podido llegar hasta allí
desde Vallina, y que, por tanto, tendría que haber una entrada más cercana. Quemando
neopreno en el interior consiguieron localizar esta antigua entrada por el humo
que se colaba entre los bloques hacia el exterior y abrirla de nuevo, quedando
bautizada por el experto que estudió la cerámica (Peter Smith) como “the lost pot entrance” o la “entrada de
la olla (en este caso un vaso) perdida”. Existen dos versiones sobre el cambio que se produjo en el
nombre con el que se ha quedado definitivamente. La primera es que, a costa de
pronunciar mal esta frase, el nombre acabó derivando fonéticamente. La segunda
explicación es que, en sus exploraciones, el club de espeleología Tortosa de
Tarragona propuso el nombre de Nospotentra, no como modificación fonética del
original, sino como contracción de la expresión "no se puede entrar"
en catalán (no es pot entrar).
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Fotografía y dibujo arqueológico realizado por Peter Smith de la cerámica encontrada en Vallina y que demostraba la existencia de la entrada por Nospotentra, a la que dio nombre. Topografía original de 1989 donde el nombre de esta entrada todavía conservaba su “versión inglesa”. |
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Olga y una servidora en nuestros momentos zen esperando el regreso de Irene y Miguel con Toño y Carolina. |
Una vez reunificado el grupo original, volvemos sobre nuestros pasos
hasta la base del P13, donde realizamos un ligero almuerzo, ya que a lo tonto llevamos tres horas de caminata, antes de colarnos por la estrecha grieta que da acceso a
la red de galerías que nos llevará camino del Dragón. De camino a estas
galerías, yo no puedo evitar parar de agacharme o pegar la nariz a las paredes admirando las
distintas formaciones de espeleotemas que cubren este tramo de la cueva o la
cantidad de fósiles marinos embebidos en las rocas.
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Txomin pasando por la grieta bajo el P13 y yo deteniéndome a mirar unos espeleotemas de tipo coraloide en forma de racimos de uva. |
Llegamos al imponente dragón, silencioso testigo rocoso de las
historias que guarda esta caverna. Nos hacemos las correspondientes y obligadas
fotos de grupo con él, claro.
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¿Cuántas fotos llevará ya el Dragón a lo largo de su vida? |
Continuamos por la red de
túneles y galerías que nos deben llevar hasta el objetivo final de nuestra visita: la Sala Pin. Vigilando, eso sí, en todo momento la topo…
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Atravesando túneles de clara morfología freática durante todo el recorrido, y sin quitar un ojo a los mapas… |
Pasamos (algunos con más esfuerzo que otros) el angosto meandro que
parece hacerse interminable.
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Olga, Toño y yo esperando nuestro turno para pasar las zonas más estrechas y aprovechando para admirar la enorme cantidad de rudistas que hay en las paredes y techos. Txomin probando distintos ángulos para atravesar un punto del meandro embarrado, bajo la atenta mirada de los tres anteriores. |
En “The Canyon” encontramos la famosa tirolina, que nos sirve de mucha
ayuda para pasar al otro lado todas las sacas, cargadas todavía con varios
litros de agua y algún que otro kilo de fuet y chocolate. Nada más pasar “The
Canyon” vivimos una situación algo cómica cuando Irene y Miguel nos piden que nos quedemos quietos mientras se adentran por
una galería estrecha para ver si es el camino que debemos seguir, y aparecen
por detrás del grupo como si hubiesen entrado en un agujero de gusano. “¡Pero no
os mováis!” - nos grita Irene al resto. “Si no nos hemos movido” - le respondemos.
“¿Y ese catadióptrico?” – “Es el que colocó Toño nada más llegar” – “No
entiendo nada, no os mováis”. Tras revisar otras galerías aledañas, finalmente encontramos la
buena y la continuamos hasta el “Road to Glory”, donde encontramos unas
impresionantes formaciones de estalagmitas a nuestra derecha y nos detenemos
unos instantes a hacernos algunas fotos. Alcanzamos ya la enorme “Avinguda de
la Sorra”, cuyo aspecto no tiene nada que ver con los meandros que dejamos
atrás.
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Grandes avenidas que desembocan en la Sala Pin. |
Llegamos finalmente a nuestro destino, la Sala Pin. No hemos conseguido
averiguar el origen castellano de este nombre, pero su nombre original en
inglés, “Swirl Chamber”, ya da una enorme pista sobre la morfología de esta sala.
Con 40 m de diámetro, asciende sobre nuestras cabezas de manera circular con
forma de gigantesco remolino y techos totalmente planos. Caprichosa erosión
causada por la acción del agua y del colapso de los estratos de caliza, que han
quedado en el centro de la sala en forma de grandes bloques sobre los que nos
sentamos a admirar la cúpula antes de retomar el camino de vuelta.
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Risas cómplices al llegar a la Sala Pin y admirar el gran remolino (que, para mi desgracia, no conseguimos que salga en las fotos). |
Tras deshacer lo andado y gateado con anterioridad, salimos por
la fisura que da acceso al P13 y enfilamos directos hacia el “Windy corner”.
Por el camino Txomin vuelve a emocionarse al avistar otro ciempiés de color
miel, y con el mismo aspecto bastante alienígena que el anterior, que huye
espantado al vernos (u oírnos) llegar. ¡Aunque esta vez lo pudo fotografiar!
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Ciempiés troglobio, probablemente del género Lithobius, correteando por el suelo de la cavidad. |
Sobre las 20:45 asomamos las cabezas por la salida de Nospotentra,
donde ahora ya sí se puede tanto entrar como salir, claro está. Desde luego ha
sido una salida divertida, emocionante y llena de conocimientos. Ahora ya sólo
nos queda, en la oscuridad de las tardes invernales, ascender la ladera para
llegar a los coches. De vuelta ya en el Albergue de Soba compartimos una
recuperadora cena a base de hamburguesas con nuestros compañeros que han
realizado Tonio-Cañuela, y con los que intercambiamos impresiones y anécdotas.
Ya sólo queda preparar la salida de mañana antes de ir a dormir, porque la
aventura del finde no acaba aquí, ¡¡que nos vamos a hacer Cuevamur!!
Vir
(con aportaciones entomológicas de Txomin)