Travesía Vallina-Nospotentra y visita a la Sala Pin

Participantes: Carolina, Irene, Miguel, Olga, Toño, Txomin y Vir

Sábado 23 de noviembre de 2024, 06:00 am. Suenan los primeros despertadores en el Albergue de Soba. Parte del club Abismo nos hemos trasladado este finde a Cantabria para visitar distintas cavidades como parte final del curso de iniciación a la espeleología que comenzamos en el mes de mayo. Monitores y cursillistas nos hemos repartido en dos grupos para realizar dos travesías diferentes el día de hoy, y ya desde anoche estuvimos revisando los topos para tener en mente el recorrido previsto en cada cavidad. El grupo que va a realizar la travesía Tonio-Cañuela comienza progresivamente a levantarse de sus literas, mientras que los que vamos a realizar Vallina-Nospotentra nos giramos en nuestros sacos para rascar unos minutos más de sueño. Sube por las escaleras el olor a café y a pan tostado, y los primeros rayos del amanecer entran por el ventanuco del altillo de nuestra habitación, así que poco tardamos ya en unirnos a nuestros compañeros para compartir un buen desayuno y preparar las cuerdas y el material y meterlo en las sacas. A las 10:15 estamos ya preparadísimos en el “aparcamiento” y listos para caminar hacia la boca de Vallina, donde comenzará nuestra aventura subterránea.

Vir, Carolina, Olga, Irene, Toño, Txomin y Miguel preparados para salir (o, en este caso, entrar).

A pesar de estar bien entrado el mes de noviembre, nos sorprende la buena temperatura que hace, y nos planteamos si no nos sobrará la ropa térmica que hemos metido bajo el mono... Al llegar a la gran entrada de Vallina volvemos a repasar el mapa con la topo que porta impreso y bien plastificado Irene; el sistema kárstico de Vallina es realmente enorme y complejo, con una intrincada red de galerías de 32 km de desarrollo que, en ocasiones, se entrecruzan para formar un espectacular laberinto. Si de normal es realmente importante tener a mano siempre la topografía de una cavidad, en el caso de Vallina es totalmente imprescindible.

Olga revisando la topo. A la derecha, mapa topográfico de Vallina por el grupo Matienzo.

Entramos por la boca de la cavidad y comenzamos a caminar, descendiendo por una ancha galería. Llegamos a la entrada de la gatera y Toño es el primero en arrodillarse para pasarla. Desde fuera el resto le oímos exclamar “¡está totalmente inundada!”. Sabíamos con antelación que este sifón suele inundarse en época de lluvias, pero hasta ahora en salidas anteriores del club, nuestros compañeros siempre lo habían visto seco. “Debe de ser porque casi siempre la hemos hecho en verano”, dice Irene. Bueno, pues primera sorpresa del día y ¡a achicar agua! Aunque Juanma ya nos había avisado con antelación para que llevásemos las gafas de snorkel. Como ya he dicho, esto es algo recurrente, así que en la entrada de la gatera viven de manera permanente un par de bidones, una garrafa y una esponja, con la finalidad de ahorrar algún que otro remojón a los intrépidos espeleólogos que quieran adentrarse.

Momento de cadeneta para achicar el agua con los bidones.

No sabría decir cuántos litros de agua achicamos, pero contando bidones vaciados me atrevería a asegurar que rondaban los 300… Esta tarea nos lleva más de media hora, con Toño metido en el sifón llenando los bidones con la garrafa, y el resto haciendo una cadena y alternándonos para vaciarlos en un charco a la derecha de la gatera. Txomin aprovecha este ratillo para hacer una exploración del suelo en busca de fauna troglobia (cavernícola) y encuentra unas cuantas decenas de milpiés en una zona con guano y en otra zona con madera en descomposición. Resulta que son Mesoiulus stammeri, una especie troglobia ya conocida de otras cuevas de la zona.

Algunos ejemplares de Mesoiulus stammeri viviendo tranquilamente en una zona con guano.

“Me cago en la ****” - se oye maldecir a una voz desde la gatera – “¡el viento se ha llevado hacia dentro de la cueva la garrafa!”. Nos entra la risa floja. Toño propone dar la vuelta y entrar por Nospotentra porque todavía queda bastante agua, pero como somos unos cabezotas, al final decidimos continuar por aquí. Terminamos de vaciar el sifón con ayuda de la esponja (que también acaba siendo tragada por el viento) y finalmente lo atravesamos. ¡Sí que sopla viento, sí! Menudo vendaval en toda la cara según te vas arrastrando… Nos vamos quedando todos al otro lado de la gatera para verificar la cantidad de agua absorbida por nuestros monos y guantes, y el último en pasar es Miguel, que asoma la cabeza por el agujero para mirarnos. “Ni se te ocurra moverte” - le dice Olga- “no veas lo a gusto que se está ahora que bloqueas el paso del aire”. “¡Tú quédate ahí!” le grita Toño.

Miguel taponando el vendaval y Carolina atravesando la gatera.

En la galería que da acceso al primer pozo encontramos antiguos gours con los fondos rellenos de cristales amarillos de calcita con formas muy llamativas en racimos de escalenoedros. Este tipo de cristales, llamados dogtooth por su semejanza con los dientes de los perros, son típicos de aguas estancas y tranquilas muy saturadas en carbonato.

Preciosos cristales de calcita dogtooth en el fondo de un gours ya seco.
Preciosos cristales de calcita dogtooth en el fondo de un gours ya seco.

Llegamos por fin al primer pozo, que tiene 10 m de desnivel. Vemos que tanto el propio pozo como el pasamanos por el que se llega a él ya están instalados, así que ese paso que nos ahorramos. La primera en bajar es Irene, seguida en orden  por mí, Txomin y Olga. Le toca el turno a Carolina, nuestra única cursillista del grupo, que no termina de verlo claro. Lo cierto es que la cabecera de esta instalación implica hacer un pequeño penduleo una vez puesto el descensor, y puede generar un poco de inseguridad si te enfrentas por primera vez a esta situación.

En lo que dura la espera, Txomin aprovecha para seguir buscando animalitos de los suyos. Hay una zona con algunas piedras y agua goteando y escurriendo, lo que le confiere un aspecto prometedor… ¡y premio! De debajo de una piedra sale corriendo un pequeño monstruito – “¡Un ciempiés troglobio! ¡Y además bastante troglobiomorfo!”- grita. Tiene unas patas y unas antenas extremadamente alargadas. Pertenece al grupo de los Lithobiomorpha, casi seguro al género Lithobius, que cuenta con varias especies adaptadas a las cuevas en la zona. Txomin corre a enseñárnoslo, y lo miramos interesadas a la vez que sorprendidas. La sorpresa puede ser, quizá, por cómo puede haber encontrado este miriápodo tan pequeño, o quizá por el aspecto extraño del mismo, o quizá por lo poco habitual que es que otro espeleólogo esté tan emocionado por algo como los invertebrados de las cuevas, que tan poca atención suelen recibir... ¡o quizá un poco por todo!

Yo a lo mío, buscando huesos en cada rincón, como siempre. No va a ser Txomin el único peculiar del grupo... Encuentro unos dientes de algún cérvido jovencito, ya que carecen todavía de raíces, y también algunos huesos, que están totalmente encostrados por una capa de carbonato, confiriéndoles un cierto aspecto a croqueta... Por el aspecto es difícil discernir si pertenecen a un animal moderno, o si son restos fósiles.

Carolina finalmente no se anima a bajar y, a pesar de ofrecerle diferentes alternativas como montar una segunda cuerda a su lado, prefiere irse. Toño sale con ella, no sin antes convencerles de entrar por Nospotentra para que puedan disfrutar del resto de la cavidad. Quedamos así; Toño y Carolina nos esperan en la entrada de Nospotentra mientras el resto realizamos la travesía directa para recogerlos y continuar ya todos juntos hacia la Sala Pin.

Lo primero que nos llamó la atención a los primerizos de esta cueva, fue la magnitud de la galería nada más bajar el pozo. Acostumbrados a nuestras modestas cuevas de Madrid y Guadalajara, y a alguna que otra sima que hemos visitado por el País Vasco, aquí se nos abría una inmensidad ante nuestros ojos. Avanzamos velozmente (mentira, Txomin se paraba de vez en cuando a buscar bichos debajo de los bloques mientras que yo iba ojeando más huesos, como un esqueleto de un erizo, y/o minerales curiosos) en dirección a los pozos P12 y P18. Cabe destacar el bien elegido nombre de “Gypsum Paradise”, galería que hizo las delicias de Olga con sus cristales de yeso fibroso por todas partes.

Llegamos al P12, no sin comprobar en todo momento la topo, e Irene lo instala en doble para poder recoger la cuerda desde abajo, como hace también después con el P18. Olga cierra el grupo y se va encargando de recoger las cuerdas. Una vez en la base del P18 comprobamos el mapa con la brújula para ver la dirección de las galerías, y nos sorprende que la brújula de Irene señala en dirección contraria a lo que debería… Bueno, en este sector no hay mucha pérdida, así que continuamos adelante sin perder el mapa de vista.

Olga descendiendo a toda velocidad el P12 mientras Irene y Miguel comprueban la topo. Txomin e Irene revisando de nuevo la topo en cada giro de las galerías.

Llegamos a la sala que precede al P13, toda ella cubierta por arena que parece de playa, y Miguel nos cuenta que hace tres años encontraron en esta sala un ratón muerto y les pareció curioso, dada la profundidad a la que estamos. Nos cuenta que lo colocaron en una repisa que salía de la pared de la roca y nos enseña el lugar exacto… y ahí sigue. Ante el paso del tiempo ha perdido todas las partes blandas de su cuerpo, pero conserva todos sus pequeños huesecillos en perfecta conexión anatómica. Txomin se acerca a verlo y comenta que ha sido pasto de larvas de moscas carroñeras, ya que se observan los puparios que dejaron atrás las larvas tras alimentarse y realizar la metamorfosis. Yo, por mi parte, me fijo en la dentadura para verificar a qué especie perteneció. Definitivamente era un ratón común, Mus musculus.

Restos del ratón que permanecerá ya para siempre inmortalizado en el que fue su último refugio.

Anfípodo encontrado en Cueva Vallina, de aspecto ciego y despigmentado.

Ya bajado el P13 pasamos el “Windy Corner”, repleto de llamativas estalactitas que asemejan puñales, y gateamos sobre unos cuantos charcos que todavía están en formación, a juzgar por el chorreo continuo de agua que íbamos sufriendo. Al pasar por los charcos a cuatro patas, enturbiábamos el agua, pero Txomin observa algo que le llama la atención y nos pide quedarse un rato a observarlo con detenimiento. En el fondo del charco había algo pequeño, blanquecino, del tamaño y aspecto de un grano de arroz, o algo menor, que, en vez de moverse en el sentido del agua, zigzagueaba lentamente sobre el sedimento. ¡Un crustáceo estigobio (cavernícola acuático)! Este pequeño animal ciego y despigmentado es un anfípodo que pertenece al género Pseudoniphargus. Aunque no conocemos el nombre de la especie (con suerte lo podrá proporcionar algún investigador experto), su mera presencia nos recuerda que en cada pequeño rincón de este mundo subterráneo puede haber pequeños detalles que pasamos (o ¡pisamos!) por alto, y nos hace pensar en la de cosas que habremos "mirado sin ver"...

Olga y yo nos quedamos meditando a pocos metros a esperar a Txomin mientras que Irene y Miguel recorren los 50 metros que quedan hasta la salida de Nospotentra, donde aguardan Toño y Carolina. Nospotentra. Qué nombre tan curioso a primera oída, ¿verdad? Unos días antes de salir hacia Cantabria, y para satisfacer mi instinto investigador, estuve leyendo sobre este sistema de cavidades. Para mi gozo arqueológico, resulta que en este punto de la galería, antes cerrada al exterior por un desplome del terreno, se encontró en la década de los 80’s un pequeño vaso o cubilete de la Edad del Bronce, que hoy guarda el museo arqueológico de Santander. Los investigadores que la descubrieron, del grupo Matienzo Expeditions de origen inglés, sabían que los humanos de esa época no habrían podido llegar hasta allí desde Vallina, y que, por tanto, tendría que haber una entrada más cercana. Quemando neopreno en el interior consiguieron localizar esta antigua entrada por el humo que se colaba entre los bloques hacia el exterior y abrirla de nuevo, quedando bautizada por el experto que estudió la cerámica (Peter Smith) como “the lost pot entrance” o la “entrada de la olla (en este caso un vaso) perdida”. Existen dos versiones sobre el cambio que se produjo en el nombre con el que se ha quedado definitivamente. La primera es que, a costa de pronunciar mal esta frase, el nombre acabó derivando fonéticamente. La segunda explicación es que, en sus exploraciones, el club de espeleología Tortosa de Tarragona propuso el nombre de Nospotentra, no como modificación fonética del original, sino como contracción de la expresión "no se puede entrar" en catalán (no es pot entrar).

Fotografía y dibujo arqueológico realizado por Peter Smith de la cerámica encontrada en Vallina y que demostraba la existencia de la entrada por Nospotentra, a la que dio nombre. Topografía original de 1989 donde el nombre de esta entrada todavía conservaba su “versión inglesa”.

Olga y una servidora en nuestros momentos zen esperando el regreso de Irene y Miguel con Toño y Carolina.

Una vez reunificado el grupo original, volvemos sobre nuestros pasos hasta la base del P13, donde realizamos un ligero almuerzo, ya que a lo tonto llevamos tres horas de caminata, antes de colarnos por la estrecha grieta que da acceso a la red de galerías que nos llevará camino del Dragón. De camino a estas galerías, yo no puedo evitar parar de agacharme o pegar la nariz a las paredes admirando las distintas formaciones de espeleotemas que cubren este tramo de la cueva o la cantidad de fósiles marinos embebidos en las rocas.

Txomin pasando por la grieta bajo el P13 y yo deteniéndome a mirar unos espeleotemas de tipo coraloide en forma de racimos de uva.

Llegamos al imponente dragón, silencioso testigo rocoso de las historias que guarda esta caverna. Nos hacemos las correspondientes y obligadas fotos de grupo con él, claro.

¿Cuántas fotos llevará ya el Dragón a lo largo de su vida?

Continuamos por la red de túneles y galerías que nos deben llevar hasta el objetivo final de nuestra visita: la Sala Pin. Vigilando, eso sí, en todo momento la topo…

Atravesando túneles de clara morfología freática durante todo el recorrido, y sin quitar un ojo a los mapas…

Pasamos (algunos con más esfuerzo que otros) el angosto meandro que parece hacerse interminable.

Olga, Toño y yo esperando nuestro turno para pasar las zonas más estrechas y aprovechando para admirar la enorme cantidad de rudistas que hay en las paredes y techos. Txomin probando distintos ángulos para atravesar un punto del meandro embarrado, bajo la atenta mirada de los tres anteriores.

En “The Canyon” encontramos la famosa tirolina, que nos sirve de mucha ayuda para pasar al otro lado todas las sacas, cargadas todavía con varios litros de agua y algún que otro kilo de fuet y chocolate. Nada más pasar “The Canyon” vivimos una situación algo cómica cuando Irene y Miguel nos piden que nos quedemos quietos mientras se adentran por una galería estrecha para ver si es el camino que debemos seguir, y aparecen por detrás del grupo como si hubiesen entrado en un agujero de gusano. “¡Pero no os mováis!” - nos grita Irene al resto. “Si no nos hemos movido” - le respondemos. “¿Y ese catadióptrico?” – “Es el que colocó Toño nada más llegar” – “No entiendo nada, no os mováis”. Tras revisar otras galerías aledañas, finalmente encontramos la buena y la continuamos hasta el “Road to Glory”, donde encontramos unas impresionantes formaciones de estalagmitas a nuestra derecha y nos detenemos unos instantes a hacernos algunas fotos. Alcanzamos ya la enorme “Avinguda de la Sorra”, cuyo aspecto no tiene nada que ver con los meandros que dejamos atrás.

Grandes avenidas que desembocan en la Sala Pin.

Llegamos finalmente a nuestro destino, la Sala Pin. No hemos conseguido averiguar el origen castellano de este nombre, pero su nombre original en inglés, “Swirl Chamber”, ya da una enorme pista sobre la morfología de esta sala. Con 40 m de diámetro, asciende sobre nuestras cabezas de manera circular con forma de gigantesco remolino y techos totalmente planos. Caprichosa erosión causada por la acción del agua y del colapso de los estratos de caliza, que han quedado en el centro de la sala en forma de grandes bloques sobre los que nos sentamos a admirar la cúpula antes de retomar el camino de vuelta.

Risas cómplices al llegar a la Sala Pin y admirar el gran remolino (que, para mi desgracia, no conseguimos que salga en las fotos).

Tras deshacer lo andado y gateado con anterioridad, salimos por la fisura que da acceso al P13 y enfilamos directos hacia el “Windy corner”. Por el camino Txomin vuelve a emocionarse al avistar otro ciempiés de color miel, y con el mismo aspecto bastante alienígena que el anterior, que huye espantado al vernos (u oírnos) llegar. ¡Aunque esta vez lo pudo fotografiar!

Ciempiés troglobio, probablemente del género Lithobius, correteando por el suelo de la cavidad.

Sobre las 20:45 asomamos las cabezas por la salida de Nospotentra, donde ahora ya sí se puede tanto entrar como salir, claro está. Desde luego ha sido una salida divertida, emocionante y llena de conocimientos. Ahora ya sólo nos queda, en la oscuridad de las tardes invernales, ascender la ladera para llegar a los coches. De vuelta ya en el Albergue de Soba compartimos una recuperadora cena a base de hamburguesas con nuestros compañeros que han realizado Tonio-Cañuela, y con los que intercambiamos impresiones y anécdotas. Ya sólo queda preparar la salida de mañana antes de ir a dormir, porque la aventura del finde no acaba aquí, ¡¡que nos vamos a hacer Cuevamur!!

Vir 

(con aportaciones entomológicas de Txomin)


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