El Pozuelo - Cuenca (15 de enero de 2012)
Allá colgado, en mitad del pozo, el silencio era eterno y la espera
tensa. Para un aprendiz no es todavía una situación fácil de asimilar. No
puedes llegar a creer, aunque confías en creer, que un simple tornillo de
escasos centímetros y un sencillo arnés puedan contener tu peso, y menos aún
tus miedos. Y es que en estas situaciones se puede llegar a oler algo parecido
al miedo, el vértigo a la inmensidad y lo desconocido, esa maravillosa e
inquietante sensación.
Nada hacía presagiar la jornada
que tenía por delante. Después de unos meses desconectado del mundanal
espeleológico, me apunté a una actividad de la que tenía poca idea. De hecho,
tuve dudas hasta el último momento de acudir, lo cual provocó un mal dormir y
un extra de nerviosismo. Pero finalmente acudí a la cita con Abismo, y puedo asegurar que no
me arrepentí.
Después de un madrugón considerable,
conseguimos presentarnos ante la cueva antes del mediodía. En medio del pinar,
se abren varias bocas encargadas de recoger la escorrentías de un amplio
territorio a la redonda, un autentico sumidero capaz de tragar todo tipo de
materiales inertes y orgánicos.
El grupo que acudió a la cita era
heterogéneo, estando formado por las nuevas promesas, algunos clásicos, dos
reenganchadas y hasta un perro de agua. Formados los tres equipos de cuatro
miembros, el asunto era meterse en la cueva por los dos itinerarios posibles
que llegaban a la cota -113 m ,
lugar donde el sifón existente impide el paso a los no buceadores.
Mi grupo, liderado por Javi Rejos
, se introdujo en segundo lugar. El primer grupo instalaría el descenso por la
zona de escalones, 9 pozos sucesivos de entre 4 y 12 m con varios pasamanos de
cierta dificultad técnica. El nuestro afrontaría el descenso por la vía directa
que marca el pozo Skat, un conducto vertical de 60 m con una anchura de unos
4-5 m .
Antes de llegar a este, hubo momento para disfrutar del comienzo de la cueva,
con una curiosa entrada por la boca más estrecha, que rápidamente se abría en
una musgosa y amplia galería de entrada rasgada por haces de luz exterior.
Después de unas dudas iniciales
para encontrar el acceso al pozo Skat, este fue hallado a la derecha del
comienzo de la instalación del itinerario escalonado. Mientras Javi R.
instalaba el primer anclaje, la espera era entretenida con prácticas de nudos
avaladas por Toño. Y por fin me tocó descender. La oscuridad del abismo sólo
era rota por lo reflejos del carburero de Javi, que allá abajo se afanaba en la
instalación de los cuatro fraccionamientos de
este pozo. Las esperas en cada uno de ellos fueron largas. Era la primera vez
que permanecía tanto tiempo colgado de un anclaje. Las sensaciones mezclaban la
adrenalina, propia del vértigo, con cierta somnolencia provocada por la
quietud, la oscuridad y la belleza de las formas.
Finalmente, descendimos el Skat.
Nos esperaba la “cavidad del zorro”. Así
se deberá denominar desde ahora esta repisa previa a los dos últimos pozos de 4
y 9 m .
Allí yacía el raposo, caído, quebrado y comido por los gusanos. El olor
resultaba nauseabundo. El pensamiento se estremecía pensando en su destino, en
su desesperara búsqueda de la luz y la vida.
Y llegamos a la galería final, no
sin antes afrontar unos de los pasos complicados, una estrechez al principio
del pozo de 4 m ,
cuya posición heterodoxa a la que obliga no deja indiferentemente a nadie.
Aquí, cada uno resolvió como pudo para librar el fraccionamiento.
Al entrar en la galería,
coincidimos con el primer grupo que empezaba a acabar su instalación. Mientras
bajaba el resto de la expedición, los demás pudimos recorrer la apertura hasta
el sifón y empezar a comer las ricas viandas que nuestras sacas traían. Más de
una hora después de nuestra entrada, todo el grupo se reencontraba al fondo de
la cueva.
Después del intercambio de
alimentos, sonrisas y fotos, cada uno de los tres grupos se dispuso a subir por
el otro itinerario. A mí me toco el privilegio de ser el primero en encarar los
9 pozos escalonados. Privilegio por salir el primero y también por no llevar
saca alguna. Un error estratégico que supuso redoblar esfuerzos a Toño, Isma y
Javi R.
La subida por los escalones, fue
técnica y entretenida, incluyendo algún paso que había que resolver con
habilidad y/o fuerza física. Casi todo el camino permanecí solo. Los
pensamientos rondaban los aspectos más insoldables del alma, el sentido de la
vida, la fragilidad, el hambre, la grandeza de Gaia…
Después de recorrer torpemente la
galería inicial, llegué a la apertura superficial. Las estrellas indicaban el
camino hacia el frío exterior. Allí, nos esperaba ropa seca y un caldito.
Habían pasado más de 8 horas desde el comienzo de la jornada. Todavía tuvimos
que esperar a que el resto de abismeros acabaran el recorrido y desinstalaran.
Dani Fer nández
Buen relato. Después de muchos años practicando espeleo, aún sigo sintiendo estas sensaciones que relatas.
ResponderEliminarBuen grupo el que se organizó para esta pequeña travesía.
Paco Cuesta