El Camino de la Costa (1ª parte)

En cuestión de unos días me enteré de que iba a tener la última semana de junio libre y eché mano de un plan que llevaba en reserva desde hacía algún tiempo, el Camino de Santiago por la costa: buen tiempo, playita, algo de ejercicio,...

Pensé en hacerme la parte de Cantabria o Asturias, pero al final me convencieron para empezar en el principio, en el puente de Santiago sobre el Bidasoa, en la frontera. La ruta es junto a la costa por Irún, San Sebastián, Orio, Zarautz, Guetaria, Zumaia, Deba, y aquí se desvía hacia el interior hacia Markina-Xemein hasta llegar al monasterio de Cenarruza, y volver de nuevo al mar en Guernika-Luomo. Subes el monte Jaizkibel, el Ulía, el Igueldo, el alto de Itziar o el de Olatz. Unos 120 kilómetros andando. Para dormir en albergues juveniles o de peregrinos, para estos últimos necesitas la credencial del peregrino, que se va sellando por donde se pasa. Aunque llevo referencias del camino, éste va marcando con unas flechas amarillas, pintadas en todas, en casi todas, las bifurcaciones.

Los primeros días me estuve acordando del "buen tiempo" debajo de mi capa de agua, una lluvia fina (o no) que no cesaba. Luego la eché de menos en cuanto el tiempo cambió y empezó a picar el sol, sobre todo en montaña rondando algunas una cota de 500 metros que no parece mucho pero se sale casi siempre a nivel del mar y se sube y baja varias veces antes de llegar.

Y muy poca gente por el camino, a lo largo de la semana nos vamos juntando los mismos en el albergue, comentando la jornada con las dos enfermeras de Gerona, los cuatro italianos, los dos alemanes que casi ni hablan inglés,... pero rara vez nos vemos durante la etapa. Aún así no hay sensación de soledad, a cualquiera que preguntes o incluso sólo con verte la cara de despistada, se acerca a ayudarte en lo que puede o sólo a charlar un rato. El primer día estaba intentando ubicarme para subir al
monte Jaizkibel y un ciclista se paró, bajó de la bici y me preguntó si me podía ayudar en algo. O preguntar por una tienda en donde vendan fruta y la señora decirte que no hay y regalarte la fruta de su casa. Con cualquiera que te pares se queda un rato charlando del tiempo, de cómo va el campo (y yo tengo huerto), de la vida...

Lo mejor del camino ha sido la gente con la que te vas encontrando, como Martín que estudia en San Sebastián y vive durante todo el curso en el albergue, o Marta una profesora de español de Alaska con sonrisa perpetua. O los hospitaleros, que se encargan de llevar los albergues de peregrinos, que te hace sentir como si estuvieras en tu casa. En Orio está Rosa, con la que se habla de todo lo divino y lo humano, las verdades de la vida. Y su viaje a Japón...

Y Josefran en Urain, insólita ocasión en que fui la única peregrina del albergue. Cuando llegué me dio la impresión de conocerle a él y a Amaia de toda la vida, gente con la que conectas nada más verla. Me invitaron a la cena de despedida de Rita, una holandesa que había pasado una temporadita allí. En la mesa nos juntamos una pareja de irlandesa y holandés afincados en España hace bastante tiempo, Amaia la amiga desde el cole y hospitalera a ratos perdidos, Rita, Josefran y yo, y tres niños (y Cecilia y el gato). Total, 6 adultos y 4 idiomas... Tengo que mejorar mi inglés.

Los días pasan sin reloj, sin coche, con la mochila a la espalda, lo único que hay que hacer es disfrutar del viaje y llegar al albergue a echarte unas risas, quizá comprar comida para el día siguiente. ¡Qué raro se me hizo volver! En septiembre intentaré sacar un hueco y seguir donde lo dejé. Ya os contaré a la vuelta.









Es de Askizu
le encantan las uvas
no me dijo su nombre...





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Montse Camino

Puente de Santiago - Guernica

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