En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un espeleólogo de los de frontal en frente, mono oscuro, guantes finos y casco rayado. Una mochila de algo más chocolatina que estofado, bocata las más mañanas, vino y cerveza los sábados, whisky los viernes, algún vermut de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su ocio. El resto della concluían equipo de verticales, botas de agua para las cuevas húmedas con su neopreno de lo mismo, los días de entre semana se honraba con la limpieza de lo más prestado.
Con este símil al gran Don Quijote, comienzo la crónica de nuestra visita a cueva de las Majadillas, cerca de Sacecorbo, en la comarca del Alto Tajo, Guadalajara. Cuatro Caballeros Andantes desafiamos las leyes del sueño.Aunque a ninguno nos hizo mucha gracia el madrugón, como siempre después se agradece. ¡A las 7 en punto estábamos todos en la puerta del Castillo! Preparados para un día en el que no íbamos a parar de reír.
Isra, “el forzudo”. No sé cuántas afortunadas le habrán visto el torso desnudo, pero yo me pregunto cómo cabrá por el “Chumino” con ese pecho y esa espalda.
Silvia, “la valiente”. Con poca experiencia en estos lares, es increíble como acomete cada paso, insiste hasta conseguirlo.
Iván, “el preparado”. Era su primera visita a la cueva, y se desenvolvía como si ya hubiera estado mil veces.
Richi, “el de la GoPro”. Aunque acabé agotado, insistí en visitar todos los rincones posibles de la cueva y grabarlos.
Eche de menos a dos buenos amigos, compañeros de cordada en mil batallas.
Hicimos parada en la Posada de Sacecorbo. Ante la pregunta “¿se puede desayunar?”, recibimos otra pregunta un poco avinagrada “¿depende de qué?”, lo cual nos sirvió para tener un buen rato de risas. Después volveríamos a comer un platito combinado a las 4 de la tarde.
La llegada a la boca de la cueva, no estuvo exenta de problemas. Primero con la pista de acceso, ya que escogimos un camino de mala muerte, donde mi Qashqai botaba en todas direcciones, así que me imagino lo que boto el 206 de Iván. Segundo porque Isra no recordaba exactamente la distancia a la que se encontraba la boca desde la carretera, así que hubo un poco de exploración de la zona mientras caía una leve brizna.
Cuando llegamos a la boca, nos respetó la lluvia, y en menos de que canta un gallo estábamos dentro de la cueva, tras bajar el pequeño pozo, y realizando lo que llamamos “check-partner”.
Cuando empezamos a explorar la cueva, me di cuenta de lo grande realmente que era, la más grande que yo había hecho, por lo que la topografía en folio A4 no tenía mucho detalle de sus 2 kilómetros de desarrollo, a diferencia de otras cuevas pequeñas donde la “topo” te muestra cada rincón. En este momento se puso al frente Iván, que se desenvolvió con mucha soltura, entendiendo y guiándonos perfectamente.
Primero fuimos a ver las Galerías Secas, donde gran parte se hace de pie. Isra nos iba advirtiendo que después nuestra rodillas, espinillas, espalda y cervicales iban a sufrir, ya que el techo iba bajando. Así que en esta parte no profundizamos mucho, excepto en el “laminador”, curiosa formación que no asustaría al ingenioso hidalgo, pero a nosotros un poquito.
Por unos pasillos muy chulos llegamos a la inmensa Sala del Tanque. Tiene mil recovecos parecidos, yo me desoriente totalmente. A destacar la formación del Cañón, el cual es una estalactita en una placa desprendida vete a saber cuándo y de dónde, que ha quedado en posición horizontal, y al cual no pude resistir subirme. Por esta sala hay mil formaciones, estalactitas, estalagmitas, columnas, etc. La cueva merece la pena, ya lo creo.
Nos fuimos acercando al paso del Chumino. El paso estrella de la cueva. Al que todos temen la primera vez. Yo reconozco que tuve mis momentos psicológicamente chungos, pero curiosamente siempre me pasa antes de llegar al paso, cuando estoy en él, la concentración me borra los malos pensamientos, y mi pequeña en-verga-dura hace el resto. Iván daba buenos consejos y ánimos, Isra nos ponía en lo peor. Silvia hizo un par de intentos, pero prefirió que fuera otro el primero, por lo que me otorgaron el enorme placer de “abrir vía”, no hay nada más emocionante ni gratificante. Isra vino detrás de mí sin parar de quejarse de lo estrecho y agobiante que era, pero con una cara de felicidad que ni el Quijote, decía que estaba bien lubricado el “chumino”. Después Silvia, al tercer envite fue el bueno, sin problemas. Iván cerrando el grupo, sin verse penalizado por su gran tamaño.
Después vino una interesante gatera que yo bautice como “La Autopista”, ya que era curioso que el tiempo y el paso de miles de espeleólogos han hecho que el suelo sea totalmente liso y sin rugosidades en muchas zonas. Esta gatera, nos llevó a otra gran sala, Sala de la Playa. El caso es que buscamos la playa, pero ni rastro chico. Eso sí, la sala nos gustó, tenía mil recovecos, rampas, toboganes, un cauce de agua profundo, aunque llevaba poca agua, y varias pozas, alguna considerable.
Tras la playa, en la que ya empezamos a tomar contacto con el agua, vino un pasillo muy curioso e impresionante, también escavado por el agua claramente. Para pasarlo había que hacer malabarismos para no mojarse como hizo Silvia, que al final se mojó por encima del tobillo, o ir por arriba, más peligroso pero seco, como hicimos Isra y yo. Iván no sé por dónde paso, pero no se mojó el tío.
Llegamos a la Sala de las Geodas, de la cual ya no me entere mucho, ya que iba de los nervios por llegar a “El Sifón”. Tenía muchísima ilusión por llegar a ese punto. La combinación de varios factores hace mucho más atractiva y divertida una actividad, así pues, juntando la cueva con el agua se forma una mezcla difícilmente mejorable, sin mencionar todo lo que una cueva aporta (escalada, orientación, rapel,...).
Cuando llegamos al comienzo del sifón, yo me quede en la entrada para cambiarme el mono por el fino neopreno de surfero. Lugar en el que más tarde, ala vuelta, tomaríamos un “tentempié”. Mientras, Isra, Silvia e Iván se adelantaron a ver el sifón hasta donde se pudiera, sin mojarse demasiado.El agua estaba realmente fría.
Con el sudor en todo el cuerpo que llegar hasta allí me había provocado, me costó mucho ponerme el neopreno, pero una vez puesto podía incluso correr cómodamente. El primer contacto con el agua siempre impacta, pero después no volví a sentir frio. El sifón solo era casi sifón gracias a Dios, dejaba un pequeño respirillo, y yo preferí pasar con el casco en la mano, más cómodo. Lo que vino después es difícil describirlo con palabras, hay que vivirlo, uno de los momentos más emocionantes de toda mi vida aventurera (además de El Huso junto a mi gran compañero).
La topo y yo solos, por un recorrido de unos 200 metros, dentro de una cueva estrecha, con agua como si de un barranco subterráneo se tratara. Realmente eran “maravillosos” los gours. Tuve muchos pensamientos en mi cabeza, por momentos pensaba: “me están esperando, me doy la vuelta, ya he visto suficiente”, pero inmediatamente después pensaba: “y una leche, hay que ir hasta el final”. En otros momentos, me daba cuenta de que había mil recovecos, “¿sabré volver?”, “por supuesto” pensé, solo habrá que seguir el cauce principal del agua. En otro pensé, “y si ha caído una tromba de agua ahí fuera y crece el caudal de agua tanto que me vea atrapado aquí”, “hay que darse prisa por si acaso”.
La topo y yo solos, por un recorrido de unos 200 metros, dentro de una cueva estrecha, con agua como si de un barranco subterráneo se tratara. Realmente eran “maravillosos” los gours. Tuve muchos pensamientos en mi cabeza, por momentos pensaba: “me están esperando, me doy la vuelta, ya he visto suficiente”, pero inmediatamente después pensaba: “y una leche, hay que ir hasta el final”. En otros momentos, me daba cuenta de que había mil recovecos, “¿sabré volver?”, “por supuesto” pensé, solo habrá que seguir el cauce principal del agua. En otro pensé, “y si ha caído una tromba de agua ahí fuera y crece el caudal de agua tanto que me vea atrapado aquí”, “hay que darse prisa por si acaso”.
Así poco a poco, cuando llegué a la Sala de la Perdida, la última, me acordé del mejor libro de montañismo que he leído: “Los conquistadores de lo inútil” de Lionel Terray. El título habla por sí solo, allí al final de la cueva, igual que allí arriba en las cimas de las montañas, no hay nada, ni nos dan nada, ya lo sabéis. Todos nosotros, espeleólogos y aventureros, tenemos algo del Quijote, locura, y ganas de conseguir algo importante y único.
Ricardo Valdehita
Muy emocionante en el vídeo la parte del agua.
ResponderEliminarMuy bueno el relato de los pensamientos cuando se está solo en esos lugares.
Paco Cuesta
muy buena crónica. Qué bueno comenzarla con el simil al quijote. Y enhorabuena por esa aventura. A ver si conseguís engañar a Isra para que pase el sifón de una vez por todas, lo que le gustan las esperas a ese muchacho. jajja
ResponderEliminarEstrella
Enhorabuena, Richi, muy buena la crónica y la grabación... se ve la Bajada de las Marmitas tras "El Sifón" (que nunca ha sido sifón, creo yo). Hace, si no calculo mal, como 20 años que no he estado ahí, y me ha encantado poderlo visualizar...
ResponderEliminarUna pena que te marches del club, ahora que le estas cogiendo gustillo a esto de las cuevas y nosotros a tus crónicas.
ResponderEliminarGracias por los comentarios. La verdad disfrute mucho de principio a fin de la aventura, asi como haciendo la crónica y el video. No quería marcharme sin dejar mi impronta. jejejeje.
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