Con la excusa de completar
sus prácticas para el curso de TD1 en espeleo y también para que algunos
novatos como yo pudiéramos hacer algo de espeleo, Jesús convocó una salida a la
popular cueva de Las Majadillas en Sacecorbo.
Tras hacer las
gestiones pertinentes con el alcalde, conseguimos permiso para entrar en la
cavidad el 25 de abril, no sin antes ser avisados de que un numeroso grupo de
universitarios/as compartiría el inframundo con nosotros. Mientras algunos se
lamentaban de que fuésemos a ser tanta gente en la cueva, otros tenían un buen
cachondeíto con el tema por el grupo de whatsapp.
Salimos del club a las
8:30 y, tras la reglamentaria parada en la gasolinera del 103, llegamos a
Cifuentes en no menos que tres coches Jesús, Estrella, Isra y yo. Allí
recogimos a Montse y a Paco Toquero, nos reagrupamos en los coches y nos
encaminamos a la cueva tras pasar por el bar a coger las llaves que aún estaban
allí (¡somos los primeros!).
En la entrada de la
cueva, junto a la verja, la preparación es algo lenta. Aparte de los víveres,
los botiquines, el agua y otras cosas habituales, empaquetamos unos cuantos
neoprenos porque la idea es intentar pegarnos un remojón y pasar el sifón si es
que el paso no está completamente lleno de agua.
Jesús y Estrella, que
están oficialmente de prácticas, instalan la cuerda de bajada. Por primera vez
aprendo a hacer una llave de bloqueo para comenzar el descenso del pozo de
entrada que es corto, tan solo unos 8 m.
Entre tanto, ya han
llegado los universitarios, así que nos apresuramos para que luego no se tapone
el famoso Paso del Chumino con el parto múltiple. Para movernos con más
facilidad dejamos los equipos escondidos, pero ligeros no vamos, ya que los
neoprenos en las sacas pesan un rato. Antes de llegar a la Sala del Tanque nos
detenemos Isra, Montse y yo a embarrarnos en un laminador que no lleva a
ninguna parte y también curioseamos por otras salas.
Unos ganchitos y algo
de picar y seguimos camino del sifón. Pasamos el Chumino sin mayor problema y
llegamos a la Playa. Allí dejamos las sacas y nos dirigimos a inspeccionar el
sifón, a ver cómo está. La verdad es que queda poco espacio aéreo en la
estrechez, pero lo suficiente para sacar la naricilla, así que nos decidimos a
pasar.
Volvemos a cambiarnos y
lo de enfundarse el neopreno es un horror. Paco Toquero e Isra deciden quedarse
fuera y comer tranquilamente. Prometemos no hacerles esperar más de media hora.
Mmmm… Tendríamos que haber cruzado los dedos por la espalda, ya que al final,
la aventura se alargó un poco más de la cuenta.
Con Montse a la cabeza
y tras habernos remojado un poco para que el contraste térmico no fuese tan
fuerte, atravesamos el sifón.
Algunos de los universitarios más intrépidos se
nos habían adelantado, si bien, como no tenían equipo y no querían mojarse los
monos, estaban en calzoncillos y botas de agua, a pelo por las gateras y
barrizales, ¡¡olé ahí!! Como no llevan mapa, nos siguen detrás. Pasamos la
cascada y seguimos explorando todas las posibilidades que vemos. La cueva
continúa, cada vez con más barro, y tras varias bifurcaciones llegamos a un
punto en el que no hay nada más. A la vuelta miramos por aquí y por allá, pero
acabamos en el mismo punto. Los universitarios han salido antes y, por lo que
se ve, no han tenido problemas, pero a nosotros nos cuesta más. Jesús y
Estrella se van a indagar la forma más corta de volver a terreno conocido,
mientras Montse y yo nos quedamos descansando en lo alto de una gran rampa de
barro, a oscuras.
Tras un buen rato
vuelven sin éxito. Ya un poco obsesionados con la deshidratación, nos ponemos
todos en busca de la salida siguiendo las pistas que nos da el ruido del agua
del río. Finalmente trepamos un resalte y encontramos una gran flecha de barro
que ya habíamos visto al venir. ¡Salvados! En cuanto damos con el curso de agua
todos bebemos un poco para quitarnos la obsesión de que la deshidratación nos
está pasando factura, pero ya estamos a dos pasos del sifón y en seguida
llegamos. Lo pasamos y nos aclaramos el neopreno en las pozas que hay.
Ahora toca cambiarse de
nuevo y comer. Entre unas cosas y otras me he quedado helada. Paco e Isra
también están un poco hartos de esperar (normal…), así que decidimos
reemprender la marcha. Hacemos el camino de vuelta por la gatera. Después de 8
horas y pico de cueva se me hace un horror empujar la saca.
Algunos de los
universitarios que habían olvidado su casco han pasado ahora para ver algunas
salas y por ello, cuando llegamos al pozo de entrada, aún está instalada su
escala y una polea gracias a la que subimos las sacas. Unos por la cuerda y
otros por la escala vamos saliendo afuera.
Mientras nos cambiamos
sacamos unas cerves, un vinillo, un poquito de fuet… Hay que asearse y reponer
fuerzas ya que la mayoría tenemos planes extra para el día siguiente. La verdad
es que ha sido más paliza de lo esperado, pero lo hemos pasado muy bien. Para
mí, la tercera cueva más o menos “larga”. Para otros, una vuelta de tuerca más
a la archiconocida cueva de Las Majadillas y una jornada de prácticas para su
título de Técnico. En fin, un día satisfactorio en una compañía inmejorable. ¡Muchas
gracias!
P.D. Las fotos no son de esta aventura, sino de otras anteriores. ¡Vaya cabeza! ¡Se nos olvidó meter la cámara!
P.D. Las fotos no son de esta aventura, sino de otras anteriores. ¡Vaya cabeza! ¡Se nos olvidó meter la cámara!
Esta crónica ha entrado en el año por los pelos.
ResponderEliminarQué bien que al final te decidieras a publicarla, es nuestro archivo de las actividades que hacemos a lo largo del año.