PARTICIPANTES: Rafa (el molar),
Ismael, Miguel e Israel.
FECHA: 16 de agosto de 2013.
DURACIÓN RUTA: 6 horas.
APROXIMACIÓN: 1 hora
aproximadamente desde el albergue de Asón.
Con tranquilidad nos levantamos
temprano, desayunamos y nos pusimos los trajes de cazafantasmas para ir hacia
la Cueva de la Fresca. Salimos del albergue sobre las 9:30 o algo más de la
mañana preparados para darle caña al asunto. Al principio un caminito fácil y
sin cuestas hasta llegar al principio de la montaña. Tocaba subir hacia la
cueva y nos encontramos una vaca en mitad del camino, asi que nos tocó hacer un
pequeño encierro antes de visitar la cueva. Miguel hizo alarde de su capacidad
de recortador mientras que Ismael desapareció corriendo colina arriba, creó que
batió el record de subida de montaña.
Subimos unos 300 o 400 metros hasta
encontrar la boca de la cueva, sudando como pollos. Paramos un rato a descansar
y beber agua y nos preparamos para adentrarnos en la cueva, con un poco de
incertidumbre de si pasaríamos mucho frío (por el tema de ser Fresca y demás).
La entrada se abría en una cúpula en la que corría bastante aire, dato curioso
ya que a unos pocos metros se situaba otra entrada en la que no corría ni la
más mínima gota de aire. Nos acercamos al primer laminador que da entrada a la
cueva y nos dimos cuenta de porqué le llamaban la Fresca. Un Laminador de unos
50 metros en el que el aire era casi huracanado y frío. El ruido del viento nos
sorprendió bastante y nos cagamos pensando que sería toda la cueva así. Al
pasar el laminador había una pequeña subida de dos metros con cuerda que daba a
la galería de entrada. Una vez arriba de ese paso dejó el viento de cascar.
Pasamos la galería de entrada y
llegamos a un par de pasamanos que no suponen gran problema para seguir por una
galería en la que te hundías hasta la rodilla por el barro. Rafa e Ismael
echaron en falta sus botas de agua ya que llevaban las de montaña y tuvieron
que hacer malabarismos para escaquearse del barro.
Seguimos por la galería pasando por
otro pasamanos de Bloques, la fuente de los macarrones (una pequeña cascada en
forma de chorrillos) y llegamos al pasamanos de tracastín, una grieta en el
suelo de unos dos metros de ancho con 30 metros de pozo en el que tuvimos que
comprobar la elasticidad que teníamos cada uno. Así quedábamos, abiertos
completamente de piernas mirando a un pozo y pensando "que ostiazo hay
aquí". La verdad que tenía su gracia.
Tras pasar ese paso llegamos a la
encrucijada de la araña. Allí Rafa, con apoyo de Miguel, se puso a instalar una
cuerda de 30 metros que bajara a la galería de abajo para poder subir
posteriormente y hacer así la ruta completa.
Mientras tanto Isma y yo (Israel), para no perder tiempo, empezamos a cruzar el pasamanos en fijo que
cruza la galería por arriba. Ismael iba acojonado pensando si la instalación
estaría bien colocada, y no me extraña por que era un pasamanos que daba un
poco de respeto por la caída que tenía y algunos puntos que iban en volado.
Unos treinta metros de pasamanos que hacían que se te subiera la adrenalina por
completo, aunque con muy buenas vistas dentro de la iluminación que
llevábamos. Pasamos el pasamanos y Rafa
y Miguel no tardaron en llegar, parece que iban como por su casa.
Como si tuviera un cohete en el culo,
Miguel empezó a tirar toda la Galería de la quinta Avenida llegando a la Sala
Rabelais sobre las 14 de la tarde o por ahí. Allí subimos una montaña de
bloques y decidimos comer allí, sentados en un punto alto en el que no se veía
ninguna de las paredes de los lados ni el techo, espectacular galería con una
reverberación increíble.
Una vez comimos seguimos a un buen
ritmo la ruta por una Galería de Caos de Bloques. Una experiencia extraña ya
que en ningún momento se veía el techo de la Galería y parecía que íbamos
haciendo una ruta de montaña en plena noche. Subíamos montañas de enormes
bloques, las bajábamos, hacíamos pequeñas escaladas e íbamos buscando la
galería que nos llevaba de nuevo de vuelta.
En el trayecto nos encontramos una gran
estalagmita digna de ver y un poco más
adelante paredes de escéntricas cristalizadas que eran preciosas.
Tras un buen rato andando y buscando la
entrada a la galería del Gran Atajo, pensamos que nos habíamos pasado y que estábamos
en la galería del Cañón Rojo ya que habíamos andado mucho y según la topografía
la entrada tenía que estar antes. Decidimos dar media vuelta y con un poco más
de tiento comenzamos a deshacer lo recorrido buscando de nuevo la entrada de la
Galería. Un poco más orientados nos encontrábamos en un pilar de bloques
enormes buscando como locos la entrada de la galería, subiendo, bajando, para
atrás y para delante. Por fin en una de esas idas y venidas vimos unas flechas
que marcaban un agujero en una roca que nos dirigían hacia la Galería del Gran
Atajo, una alegría para nosotros ya que Miguel nos llevaba a un buen ritmo
durante toda la travesía. Creo que al final nos pasamos unos 400 metros de la
entrada, así que si alguien llega a las paredes de escéntricas es señal de que
se ha pasado.
Seguimos por la galería del Gran Atajo y
bebemos un poco de agua en unos chorros que caían del techo. Seguimos para
delante y vemos una pequeña cascada con un charquito en el suelo en el que
parece que corre el agua. Decidimos (mejor dicho decidieron) recoger agua en la
botella. La pinta del agua era algo blanquecina pero igualmente se bebió. Al
mirar al borde de la cascadilla que bajaba observamos una montaña de restos de
carburo al lado del agua. Si ya de por sí nos parece una porquería hacer eso,
pues más aún dejarla al borde del pequeño manantial. Un ejemplo muy claro de lo
que no se debe hacer en las cuevas.
Un poco molestos por el tema del
carburo seguimos hacia delante por la galería. En la misma galería se veía un
pequeño paso que daba a otra Galería paralela a la que seguíamos. Isma y yo (Isra)
nos metimos por allí para seguirla pero decidimos volver por si acaso no tenía
salida, así que los cuatro seguimos andando hasta que nos llevamos una buena
sorpresa, nos encontramos que estábamos en el pasamanos de la encrucijada de la
araña, otro error que tuvimos y otra vuelta atrás. Miramos de nuevo la
topografía para orientarnos y nos hicimos una idea de donde tuvimos el fallo.
Con la topo en la mano y orientándonos
con la galería paralela pensamos que la entrada tenía que estar en una zona
entre las dos entradas de la galería que estaba paralela pero al lado
contrario. Vimos una rampa y decidimos subir a mirar, era bastante pina y algo
resbaladiza. Subimos con cuidado y “voilá”, allí estaba la entrada. Una entrada
compuesta por un pozo de 8
metros con instalación fija. Ahora si, teníamos la
íntima satisfacción del deber cumplido. Bajamos el pozo y andando por la
galería que se dirige al Cañón de Eboulis, llegamos a la encrucijada de la
araña, esta vez por abajo. Allí estaba nuestra cuerda. Una subida de unos 20 metros que se subía
con facilidad y con ganas. Una vez arriba se desinstaló y comenzamos de nuevo
la vuelta. Nos paramos en la fuente de los macarrones a coger agua, 10 minutos
para que nos diera para poco más de un trago ya que los chorritos no daban para
más, eso sí, el agua esta vez era más trasparente que antes.
Ya se nos había olvidado los pasos por
el fango que tuvimos a la ida y otra vez a llenarnos de barro (lo menos que
pudimos). Como no, Rafa e Isma ya parecían escaladores de agarrarse a las
paredes para no ir hundiéndose en el barro. Llegamos de nuevo a la zona de los
laminadores y de nuevo nos sorprendió el ruido del aire zumbando por ellos. Bajamos
la pequeña rampa de dos metros y pasamos los primeros laminadores llegando a
una sala algo más grande. Al tirarnos al suelo para pasar los segundos
laminadores fue una sensación impresionante ya que parecía que el mismo viento
te tiraba hacia fuera de la cueva. A las 17:30 más o menos salimos de la cueva
y rumbo al albergue a darnos una duchita.
David Israel Camacho
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